Moscas
Domingo. Me recuesto un poco. Son las dos de la tarde y sé que en unas horas tendré una dosis de home office. Recuerdo que además hoy es el deadline para enviar mi columna. También recuerdo que debo hacer una reorganización de las actividades de la oficina porque reabsorberemos lo que hasta ayer le delegábamos a una agencia. Quiero descansar antes de hacer todo eso. Trece horas de trabajo desde casa siete días a la semana me tienen drenada. Cierro los ojos y lo único que veo es mi computadora. Es raro, pero sé que no es un recuerdo ni un sueño, es una imagen basada en mi vista diaria de la laptop. No estoy dormida, apenas han pasado un par de segundos desde que dejé caer mis párpados. De pronto, en mi visión aparece una nube de moscas, se elevan desde la parte posterior de la pantalla y casi puedo comenzar a escuchar sus zumbidos in crescendo. Lo único que se me ocurre para ahuyentarlas es sacudir mi cabeza y abrir los ojos. Sé que parece una tontería, una nimiedad, pero por alguna razón me siento intranquila. Pienso en malos presagios. Recuerdos de películas que asocian los insectos con la muerte, con la soledad, con la locura, y varias imágenes de cosas que pueden salir mal se despliegan en mi mente: un cable que no está en su lugar, un pie que se atora, alguien que cae. Moscas que salen de su boca. Moscas que salen de la boca de todos los que quiero. Vuelvo a cerrar los ojos y duermo. Un rato después despierto de golpe y me incorporo, veo la hora, son las cuatro. “Tengo que escribir”. Me levanto y me dirijo al escritorio. Al ver la laptop recuerdo la visión que tuve antes de dormir y siento angustia. Sacudo la cabeza al recordar las moscas y sus zumbidos. Enciendo la computadora y me atrapa Twitter. Mierda por todas partes. No puedo dejar de pensar en las moscas. El pajarito azul bien podría sustituirse por una mosca, concuerda más con lo que hacemos en esa red. No puedo concentrarme, garabateo un par de ideas, pero no avanzo ni una línea, se agotan los minutos para que comience el home office. Un cosquilleo en la parte interna de mi brazo derecho me hace llevar la mano izquierda hacía ahí, pienso que quizás mi propio cabello ha rozado mi piel, pero mis dedos detectan un pequeño bulto y lo sujetan, dirijo la mirada y encuentro una mosca muerta, me sobresalto, la suelto, grito, me levanto de la silla. Recuerdo nuevamente las moscas de mi visión y otra vez siento angustia. Busco el cadáver del insecto, no lo encuentro. Vuelven los pensamientos sombríos. “Estás sugestionada”, me digo. Llega la hora de trabajar. Al terminar veo las nuevas tendencias de Twitter, la Casa Blanca apaga por primera vez sus luces debido a las manifestaciones que exigen justicia para George Floyd, Trump está resguardado en un búnker, mientras una profecía de Nostradamus sobre su muerte y la de la reina Isabel II cobra fuerza. México a punto de concluir con el confinamiento, pero los contagios de coronavirus siguen al alza. Cierro los ojos y ahí está la laptop, repleta de moscas. A mi costado pasa él y tropieza con un cable mal acomodado.
Imagen: Collage



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